vitácora sala manca / egongela besamotza

ir llegando a cielo de tierra, la sol, sí, femenina sol de soledad, que cae a graznidos musicales, asfalto dorado a infinito gramos de belleza. Sombra asoladora, penumbra esteparia, especie nocturna de difícil hábitat, brazos abiertos de lugareños a sensualidad refrescante de tal efecto. Fanática tierra del silencio, millares de matices en tejido no palabra, porque esperan a la tiempo infinita a la vereda a pie hogar a hombro con hombro de piel, cascarón tan pulido de uno a otra a pequeñas, nimias miradas, son muchos los días.
Piedras en perspectiva, de ninguna parte, para los algunos alguna, la parte, de nacimiento antiguo de primeros pasos, si es que camina la pasado.

Espíritu sonrisa, del bienvenida, del gracias por caminar estas calles vacías, castigados amables, habitantes de lo vacuo. Nos comemos el tic-tac en minutos grasientos pero sabrosas, y es un mano tendida en piel verdad.
Piel piel piel rugosa, piel agujereada, piel carretera y fachadas solo fachadas de resguardar la nada, muebles carcomidas y algún que otro adios, instantáneas robadas al imaginación. Agua de oro, agua de lloro, refresca atardeceres en memoria, el sol único cae repetido, días que caen iguales, escaleras, muralla, ladera débilmente pronunciada con acento interior abajo.
La detalle de cada día es infinito, a saber observar no es igual el vuelo de golondrinas, fugaces, eternas, alegres, divinas. No es igual la brisa, el generoso y cansado palpitar de la río, el color de camisetas en visita. Se asemeja trayectoria de sombras, se asemeja gama de verde a amarillo, rojo cobrizo a magenta saturado, las caminos, sus augurios. Pero no es igual la melancolía, las encuentros cinceladas, el dibujo al despertar de los sábanas.

Arrancarle un pez al mar, espacio que ocupa agua. No hay vacío sino vacío.